Es absolutamente comprensible y habitual que los padres que intentan educar a sus hijos se equivoquen; lo importante es intentarlo, procurando revisar y comentar democráticamente las actuaciones. En educación lo que deja huella en el niño no es lo que se hace una vez, sino lo que se hace de manera perseverante y dentro de la coherencia. Lo importante es que, tras un período de reflexión y diálogo, los padres consideren, en cada caso, las actuaciones que pueden ser más negativas para la educación de sus hijos, y traten de ponerles remedio.
Los padres suelen cometer errores cuando interaccionan con sus
hijos. A continuación presentamos los que con más frecuencia debilitan y
disminuyen la autoridad de los padres.
• La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.
• La permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.
• Ceder después de decir «no». Una vez que los padres han
decidido actuar, la primera regla que se debe respetar es la del «no». El no es
innegociable. Este suele ser el error más frecuente y el que más daño hace a
los niños. Cuando los padres vayan a decir «no» a su hijo, es necesario que
previamente lo piensen bien, porque desacredita desdecirse y dar marcha atrás.
Los niños son muy hábiles en parodiar gestos para producir compasión o bien
obtener el perdón de sus padres.
• Tratamiento del «sí». El «sí» se puede negociar. Si usted
piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué
programa y cuánto rato.
• Abusar del autoritarismo. Es el polo opuesto de la
permisividad. El intento de que el niño haga todo los que los padres quieren
tiene como consecuencias la anulación de la iniciativa y personalidad de sus
hijos. El autoritarismo sólo persigue la obediencia ciega, haciendo a los hijos
sumisos y sin capacidad de autodominio.
• Falta de coherencia. En diferentes momentos hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones de los padres tienen que estar siempre dentro de una misma línea de coherencia ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos.
• Gritar y perder el control. A veces es difícil mantener el autocontrol necesario ante determinados hechos y los padres sucumbimos más de lo que quisiéramos en mayor o menor medida. Perder el control supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, no olvidemos que, cuando actuamos por impulso o descontrol emocional, el niño se acostumbra a los gritos y los insultos y lo toma como una rutina más.
• Sobrepasar la barrera de los gritos. Gritar conlleva un gran peligro inherente; cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres...
• No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más prometen o amenazan los padres menos cumplen lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un paso atrás en su autoridad. Por ello, las promesas y amenazas deber ser realistas, es decir, fáciles de aplicar y cumplir.
• No establecer puentes para negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder y, por lo tanto, incomunicación. Probablemente esta manera de actuar provocará que en la adolescencia se deterioren las relaciones entre los padres y los hijos.
• Falta de coherencia. En diferentes momentos hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones de los padres tienen que estar siempre dentro de una misma línea de coherencia ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos.
• Gritar y perder el control. A veces es difícil mantener el autocontrol necesario ante determinados hechos y los padres sucumbimos más de lo que quisiéramos en mayor o menor medida. Perder el control supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño. Además, no olvidemos que, cuando actuamos por impulso o descontrol emocional, el niño se acostumbra a los gritos y los insultos y lo toma como una rutina más.
• Sobrepasar la barrera de los gritos. Gritar conlleva un gran peligro inherente; cuando los gritos no dan resultado, la ira del adulto puede pasar fácilmente al insulto, la humillación e incluso los malos tratos psíquicos y físicos, lo cual es muy grave. Nunca debemos llegar a este extremo. Si los padres se sienten desbordados, deben pedir ayuda: tutores, psicólogos, escuelas de padres...
• No cumplir las promesas ni las amenazas. El niño aprende muy pronto que cuanto más prometen o amenazan los padres menos cumplen lo que dicen. Cada promesa o amenaza no cumplida es un paso atrás en su autoridad. Por ello, las promesas y amenazas deber ser realistas, es decir, fáciles de aplicar y cumplir.
• No establecer puentes para negociar. No negociar nunca implica rigidez e inflexibilidad. Supone autoritarismo y abuso de poder y, por lo tanto, incomunicación. Probablemente esta manera de actuar provocará que en la adolescencia se deterioren las relaciones entre los padres y los hijos.
• No escuchar a los hijos. Es un clamor entre los padres la
queja de que sus hijos no los escuchan. Y el problema es que ellos no han
escuchado nunca a sus hijos, ni han establecido la interacción necesaria
interesándose por sus problemas o sus ilusiones. Les han juzgado, evaluado y
les han dicho lo que debían hacer, pero no les han escuchado ni han intentado
mantener un diálogo con asiduidad.
• Exigir éxitos inmediatos. El éxito y la competitividad están presentes como una obsesión en bastantes padres. Muchos padres basan su competencia en el éxito académico de sus hijos sin detenerse a analizar su formación en valores éticos y morales.
Fuente: Nitsch, C. y Schelling, C. (1998). Límites a los niños. Cuándo y cómo. Barcelona: Ediciones Medici.
• Exigir éxitos inmediatos. El éxito y la competitividad están presentes como una obsesión en bastantes padres. Muchos padres basan su competencia en el éxito académico de sus hijos sin detenerse a analizar su formación en valores éticos y morales.
Fuente: Nitsch, C. y Schelling, C. (1998). Límites a los niños. Cuándo y cómo. Barcelona: Ediciones Medici.
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