La muerte nos ha acompañado siempre. Mucho antes de que nuestra evolución nos ayudará a desarrollar una inteligencia, la muerte, la pérdida, ya nos acompañaba en nuestro camino y, sin embargo, en muchísimas ocasiones, aún no disponemos de los recursos suficientes para poder hacerle frente. Y es que, nuestro sentido de la supervivencia es tan fuerte que nos lleva a dedicar más tiempo, más trabajo, más recursos a intentar evitar el fin que el tiempo que dedicamos a aceptarla. Y no nos referimos a aceptarla desde la rendición, ni mucho menos, sino a aceptarla como lo que es, irremediable, con la aceptación que supone el hecho de vivir y saber que la vida va unida a la muerte. Van ligadas. Son inseparables. Si tenemos una vida, tendremos una muerte y esto es algo de lo que no somos realmente conscientes.
Como ya conocemos, el duelo es el proceso
de adaptación tras cualquier pérdida y aunque
siempre nos hemos centrado más en la dimensión emocional, lo cierto es que este
proceso influye de manera muy significativa en todas las áreas, ya sea
cognitiva, física, conductual, etc.
“No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito.”
Oliver Sacks. En su carta de despedida al conocer que padecía de un cáncer
terminal
Y es que el desconocimiento es de los motivos mas temidos por el
ser humano. El no saber qué va a ocurrir, cómo va a suceder. Nuestros
conocimientos sobre la muerte no han avanzado mucho. No sabemos qué ocurre
después de morir. No conocemos qué sentiremos en el momento de la muerte ni
cómo prepararnos para el después si es que podemos hablar de un después...Lo
que si conocemos, y cada vez mejor, son los momentos de antes para la persona
que fallece y los momentos de antes y después para sus familiares y las
personas que están a su alrededor. Y es que está demostrado que dar la oportunidad de expresión a
la persona enferma o a sus familiares promueven una mayor aceptación, con
una mayor serenidad y desde una actitud de calma. Es obvio que no podemos
eliminar el miedo al fin, o al dolor, o al desconocimiento o a la
pérdida...pero si podemos ofrecer apoyo para afrontar con una mejor perspectiva
el cambio, hacer que el dolor pese menos y sea más llevadero. Algo que ya es
mucho, muchísimo, en esta situación.
“Lo eterno en nosotros, lo cual conozco de primera mano, no
puede ser eliminado”. Eckhart Tollé
El hecho de que la muerte sea inevitable y tan natural al mismo
tiempo nos lleva a pensar que debemos estar preparados para sobrellevarla, para
vivir junto a ella, para ver cómo la esquivamos día a día...pero nada mas lejos
de la realidad, primero por el tabú cultural que existe en relación a la
enfermedad y a la muerte. Segundo, por una escasa educación en relación a
habilidades de expresión de las emociones que nos sobreviene con la muerte de
un ser querido, la protección que recibimos de pequeños y el poco espacio para
tratar el tema de la muerte de manera abierta. Añadiendo que, además, no todas
las muertes son “naturales”...no es la misma la aceptación la del fallecimiento
de nuestros abuelos que el fallecimiento de nuestro hijo de manera repentina.
Pero, tanto en uno como en el otro caso, disponer de espacios para poder
expresar ese sufrimiento y trabajarlo ayuda a que el proceso de duelo sea más
llevadero y a que no se enquiste,
algo muy común en muchos aspectos que intervienen en la aceptación de la
pérdida y en la adaptación al cambio.
Al final, la sensación de dolor ante la pérdida de un ser querido esta muy ligada al vínculo especial que se ha tenido con esa persona. A la pérdida de una vinculación intensa y, aunque cada día somos más conscientes de la importancia del proceso de duelo, todavía negamos mucho la muerte, la enfermedad, el dolor, etc.
Volviendo al aspecto más emocional, no sería correcto pensar que todos
debemos pasar por una serie de fases emocionales en este procedimiento.
Realmente esto no es así. Cada persona expresa su dolor de una forma diferente
y existe una gran variabilidad en el proceso. No obstante, podemos destacar una
serie de emociones que se suelen dar en la mayoría de los casos. Obviamente, el
sentimiento más común es el de tristeza. Esta tristeza suele ir unida a una
ansiedad que se proyecta desde dos perspectivas. Ansiedad por la pérdida pero
también ansiedad por la propia vulnerabilidad. La pérdida de alguien cercano
nos recuerda nuestra propia fragilidad, nos recuerda nuestra propia muerte.
Otras emociones comunes: la rabia, el enfado, la ira. En este
caso, solemos focalizarlas hacia distintos puntos. Por un lado, hacia el propio
fallecido (no se cuidó lo suficiente, no se preocupó bastante por su salud,
etc.), por otro lado, hacia nosotros mismos (debía haber estado más pendiente
de él, podía haberle cuidado más, etc.), también hacia todo lo que podría haber
evitado la muerte (los médicos no hicieron lo suficiente, por ejemplo) e
incluso rabia por los reproches del pasado (debí haber pasado más tiempo con
él, debí haberle llamado más).
Por último, nos encontramos una emoción central: la añoranza, el
anhelo. Aprender a vivir sin esa persona y adaptarse al cambio en nuestras
vidas. Al vacío. Todas, emociones normales dentro del mismo proceso de
duelo y todas, emociones que pueden llegar a ser demasiado intensas y
mantenerse en el tiempo limitando nuestra vida.
¿Qué ocurre en el momento de morir?
El escritor contemporáneo Eckhart Tollé nos da su opinión en
este vídeo.
Ester Álvarez
Psicóloga